Idolos de siempre VI: Félix Loustau

Prohibido olvidar, un grande entre los grandes

Félix nació en Avellaneda en la navidad de 1922, era petiso y su sueño siempre fue jugar en Racing pero más grande aún era el sueño de jugar al fútbol. Jugaba como defensor por la izquierda y su estatura no lo ayudaba, por eso estaba relegado en el club de sus amores juveniles.

Los dirigentes de River lo vieron y lo convencieron para hacer, en 1941, un pase a Dock Sud (maniobra bastante habitual de los dirigentes de River) y luego, a los pocos partidos, pasaba a River. El técnico de ese entonces era el gran Renato Cesarini que al verlo lo convenció para probarlo de delantero por la izquierda.

A mediados de 1942 tuvo su oportunidad para jugar en la primera división después de estar un año aprendiendo y aclimatándose en la reserva. Llegó, como en el caso de muchos futuros crack, gracias a la recomendación de un jugador consagrado que se lesionó y se la jugó por el pibe nuevo. En este caso, Deambrossi le dijo a Cesarini “probálo que no te va a defraudar” (en ese tiempo esta frase no estaba cargada de ironía ni de maldición).

Así es la historia de River Plate, dirigentes pensando constantemente en engrandecer a River mirando jugadores por todos lados, jugadores apoyados por sus técnicos y a su vez escuchados porque sabían que todos estaban en el mismo barco. Técnicos que constantemente le enseñaban a sus jugadores a pulir la técnica necesaria para triunfar en la primera de River Plate. No cualquiera llegaba a la reserva y no cualquiera podía probarse y mucho menos quedarse en la primera división de River Plate. Todos conocían los sacrificios y todos eran “ojeadores” de talentos porque el talento estaba por todos lados en River, era una sana costumbre cotidiana distinguir al talentoso, al laburador y al crack, otros no podían llegar a River.

Loustau era callado y frágil físicamente pero tenía una enorme perseverancia por ayudar a su físico. El técnico debía echarlo de la prácticas y dentro de la máquina era la antítesis del charro Moreno y Pedernera. A él nadie le tenía que decir que descansara, sabía que debía estar durmiendo a las 10 de la noche para dar el máximo pero al mismo tiempo no se quejaba de sus compañeros que se iban de joda porque todos rendían por igual en aquellos años maravillosos.

En el año 1946 una enfermedad mal curada en una gira de la selección le provocó problemas con sus glóbulos rojos y le quitaba mucha fuerza (tanto que ya no podía tirar los corners y le costaba terminar los partidos), solo su voluntad permitió que siguiera jugando al más alto nivel.

Era conocido como pistola y jugó 365 partidos para River Plate haciendo 100 goles y dando 8 vueltas olímpicas (en la mayoría de los primeros torneos con asistencia perfecta), fue un ejemplo constante para todos sus compañeros e inclusive para rivales que muchas veces incitaron al público visitante para que ovacionara a este extraordinario jugador. Se despidió jugando solo un partido en 1957, jugó contra Boca, rival al que le hizo 6 goles en toda su carrera (incluyendo gol olímpico). Este crack se suma a la gran cantidad de jugadores que de chicos simpatizaban con otro equipo pero que al ingresar al mundo River, no pudieron separarse y dejaron todo por la banda roja

“Hice lo que tenía que hacer, el equipo lo necesitaba…” solía decir aún después de grandes actuaciones. Le decían el inventor del fútbol total y artífice dentro de la cancha del juego de la máquina. En estos tiempos es bueno recordar a otro grande de nuestra historia y a otro integrante de la gloriosa máquina. Es bueno recordar la forma en que llegaban estos jugadores a River y como se los formaba. Loustau llegó para ocupar el lugar de grandes como Peucelle y Deambrossi y a pistola lo reemplazó el gran mono Zárate. Así era River, sin apuros y todos aprendían para salir buenos. ¿Se podrá volver a tener jugadores como en esas épocas?

Por Charro.